Wednesday 24 January 2018

Sexcess! – ignorant. x VERRE





Ilustración exclusiva  IGNACIO LOBERA






    Anna Dello Russo bien podría ser considerada el epítome del sexy y el exceso en la década del 2010. A un par de años de rematar esta década que vivimos, el ciclo ya empieza a evidenciar sed de cambio. La época ha estado marcada por un furor inusitado por la gente de la calle, eso que llaman ‘street style’. Incluso las hordas de miradas curiosas, siempre con el objetivo de sus cámaras réflex haciendo de filtro entre cazador y presa, fueron objeto de atención, admiración y estudio. Suzy Menkes, respetada crítica de moda, ya reflexionaba de una manera muy interesante –sin dejar de meter el dedo en la llaga de unos cuantos– sobre la obsesión casi enfermiza por los “pavos reales”. Personas anónimas o estrellas encumbradas por el propio fenómeno streetstyler se pavoneaban a la salida de los desfiles de las principales Semanas de la Moda. En ‘The Circus of Fashion’, la periodista recordaba que “antaño fuimos descritos como ‘cuervos negros’ – nosotros, la gente del sector que nos reuníamos frente a algún edificio abandonado del downtown uniformados en Comme des Garçons o Yohji Yamamoto. ‘¿De quién es el funeral?’, murmuraban los paseantes con una curiosidad entre silenciosa y macabra mientras hacíamos cola para los desfiles más underground y deseados de los noventas”.

    Lo sexy parecía reservado –y denostado, por la inevitable evolución de las tendencias– para marcas que no supieron superar el boom de la ropa con poca tela que definió los Aughts [2000s]. ¿Quién no recuerda la fiebre por los pantalones que hicieron de la distancia ombligo-chichi una ruta kilométrica y desnuda? Tal y como la Teoría del Péndulo sugiere, la década del 2010 ha estado marcada por un estilo que parece sacado de aquellos tiempos que Suzy Menkes recordaba en su artículo: los 90s. Mucho tejido, abrigos de paño, layering y raya diplomática. Bambas blancas, raya al medio en melenaza desenfadada, vaqueros de antigua y camisetas de algodón sin gota de strass. Se podría decir que el patrón de estética femenina protagonista de la segunda década del Nuevo Milenio ha sido moldeado por el conceptualismo, el diseño nórdico, bastante vintage de Hermès, ‘Salvados por la campana’, algunos retazos de estética asiática y… ¡Phoebe Philo! Ella, que se entregó al sexy en Chloé allá por los dos miles, lo dejó todo para ser madre y volvió a escena como la mujer madura que definiría una nueva era en la casa Céline, como ya comentamos en ‘episodios ignorantes anteriores’.

    Anna Dello Russo viste en algunas ocasiones de Céline, pero a su manera. Diríamos que nada en su guardarropa podría resultar digno del imaginario de la Señora Philo; pero un encuentro azaroso en internet aviva nuestras incógnitas. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Son pocos los documentos gráficos que circulan por la red sobre el pasado avant-excès de la estilista. Cuando la ciencia del street style nos había convencido de que todo en ella era exceso, poca ropa, sexiness y taconazos… nos topamos con un par de fotos de archivo en las que ¡¡no parece ni ella!! Helmut Newton capturó en 1996 a una Anna fumadora, pensativa o quizá con ánimo alicaído, envuelta en un larguísimo abrigo de paño, zapato plano… ¿muy de ahora, cierto? Está claro, aquella mujer apesadumbrada necesitaba una fashion shower. Y así fue, Dello Russo sintió la llamada. ¡Ella quería más! ¡Necesitaba más! ¡Sexo y exceso! SEXCESS! Y, aunque en los últimos tiempos parezca más sosegada, su buena semilla sembró en las nuevas camadas. Una musa como lienzo en blanco, atrevida y deseada. La carne fresca del sistema moda, quién sabe si de manera autónoma, por ciencia infusa o inspiración deliberada, se está subiendo al carro de lo sensual, lo sexual, algo incipiente, ¡caliente! ¡Lxs jóvenes diseñadorxs quieren que sus mujeres encarnen un nuevo sexy!

    Mucha gente no tendrá ni idea de quién es Anthony Vaccarello, pero Anna Dello Russo supo ponerle en su radar a tiempo. Certera e infalible, como acostumbra la editora de moda, vistió en numerosas ocasiones la micro-provocación –por la talla, los visto-no visto y el largo de sus faldas– a la que el diseñador belga nos tenía acostumbrados antes de echar el cierre a su propia marca. Muchos no sabrán quién es Anthony Vaccarello incluso a día de hoy, incluso cuando el motivo del citado cierre fue su reciente nombramiento como líder del barco titánico llamado Yves Saint Laurent (o Saint Laurent a secas, por obra y ¿gracia? de Hedi Slimane). ¿Ahora empieza a interesarnos un poco más, verdad? Pues sí, señoras y señores, el joven diseñador está bordando sus primeros pinitos en la maison francesa. Atrás quedaron las rockeras de Los Ángeles a lo Courtney [Love] trasnochada que tanto le gustaban al Señor Slimane, quien dirigió la marca de 2012 a 2016. Algo faltaba en una casa creada por un hombre que puso a Laetitia Casta a desfilar cual Eva en el Edén o, me atrevo, cual púber centáuride en ‘Fantasía’ (Disney, 1940). Un hombre que definió el sexy del modo más inesperado y certero: una mujer con traje sastre. Un hombre, Monsieur Yves Saint Laurent, cuya aportación al armario femenino del último siglo es digna de alabanza.

    Otro que, en menor espacio-tiempo pero con una fuerza apabullante, está marcando el momento es Simon Porte Jacquemus. A pesar de su eclecticismo curioso, que podría ser consecuencia de la precocidad creativa y empresarial y de una mágica búsqueda de identidad en pleno desarrollo, el documentalista Loïc Prigent no duda en destacar que “sus prendas son sexis de un modo en el que ninguna otra marca avant-garde lo es; nunca es tirado, nunca es demasiado”. Su colección para Primavera/Verano 2018 ahonda en el sexy más literal de un modo fresco, nuevo y arrollador. El ojo entrenado de Sarah Mower, de Vogue Runway, supo verlo enseguida: “Porte Jacquemus se siente totalmente cómodo diseñando para el tipo de clima en el que a las mujeres les va de maravilla no vestir demasiado”.

    Lo sexy estaba polvoriento. Mucho Versace, mucho Cavalli, mucho Pucci, mucho Gucci. Hace un suspiro, todas ellas nos sabían a hortera de bolera, a sexy barato. ¡Pero, ojo! Pensad en cada una de esas marcas ahora. La vuelta de un aire de sexualidad se ha entremezclado con frescura, juventud y nuevas mentes pensantes con resultados sublimes. Ninguna de ellas se quedó atrás en la jugada. O quizá sí, esperando a una nueva hornada de estética sexualizada. Todas ellas son casas de moda de renombre y su máxima es, tarde o temprano, ser el símbolo de su tiempo. Cada uno elige qué o quién ser en la cama. Unos se dejan hacer; otros mandan. Sexo y exceso, ¡prendamos las sábanas!













Wednesday 10 January 2018

Bratz, iconos y las chicas de hoy en día – ignorant. x VERRE


Ilustración  SUSANA LOPEZ





    Gigi Hadid tiene una Barbie propia. Para ser más exactos, tres Barbies propias. Tantas como colecciones atesora en colaboración con Tommy Hilfiger. “La muñeca […] pretende pasar a la historia de la marca como uno de sus iconos pop”. ¡Redoble de tambores! Apareció la palabrita mágica en un artículo de Modaes.es: ‘icono’. Tommy está loco por volver a ser icónico, por estar en boca de todos. Y si ese ‘todos’ lleva el etiquetón ‘millenial’, mejor que mejor. Atrás quedó su boom de los noventa que incluso se alargaría hasta los dos mil entre los provincianos de polito con cuello almidonado. Pero hoy, a pesar de los shows desorbitados y las comentadas colaboraciones con Gigi, no parece que el diseñador esté dando, certero, en el blanco. ¿Primer síntoma?: aliarse con Barbie cuando ella misma capea el temporal a golpe de bótox y valor icónico sin componente de actualidad. [Incluso su nueva gama ‘Fashionistas’, con una gran variedad de cuerpos y personalidades, demostró nuestra capacidad de desprecio, olvidando a ‘las menos agraciadas’ en las baldas de todas las jugueterías].

    Si tecleas ‘icono’ en el Buscador de Google –y, de primeras, no “deseas tener suerte”–, los resultados son variopintos. La página uno se convierte en una cruzada por la mejor definición del término, con la RAE, WordReference y Wikipedia batallando por el protagonismo. [Es, de hecho, a la última combatiente a donde te dirige Google cuando te siente suertudo en tu búsqueda de ‘iconos’]. Gadgets y tecnología completan la oferta a nuestra búsqueda, entre los que destaca el Observatorio Español de I+D+i [¡Sí señor! Da gusto pensar que la cultura, el desarrollo y el conocimiento están por encima de la fiebre icónica de nuestros días]. El primer atisbo de la acepción más denostada del término aparece de soslayo en la segunda página. Sí, bien es sabido que ahí ya empieza todo a estar a oscuras, que ni por asomo nos atreveremos a cruzar el umbral de la página tres. “La curiosidad mató al gato”. ¿Son los dichos y refranes también iconos? Si los entendemos como frases “reconocidas por tener una significación especial, representar o encarnar ciertas cualidades únicas o diferenciadoras”, quizá sí. Pero no vayamos por estos derroteros, que no somos teóricos lingüísticos y la RAE, madre todopoderosa que debería estar ahora mismo empeñada en que nuestra sociedad no se olvide de utilizar el imperativo, ni siquiera reconoce esta acepción de lo icónico. Será por eso, por el factor novedad, por lo que la primera vez que Google decide ponerte en bandeja un ‘icono’ tal y como aparecería en alguna revista de moda –de las que te entretienen en la pelu–, de deportes –futbolera, a ser posible– o de adolescentes –DEP SuperPop– es sumergido en una amalgama hashtagueada en Twitter. Si nos adentramos un poco más, con escudo protector a mano por lo que pueda pasar, descubrimos que es Britney Spears el resultado icónico casi más reciente. Britney Spears, carne de 2000. Britney, que se rapó la cabeza, loca-del-coño por lo que supusieron aquellos años de éxito, fama e... iconos. La señorita Spears, que ahora prefiere pintar cuadros de mierda –ups, disculpen la ordinariez impulsiva– y subastarlos por cifras astronómicas. ¿Quizá estemos locas-del-coño todos los que crecimos en el nuevo milenio pegados a la MTV? Menos mal que lo de Britney fue por fines benéficos.

    Yo no veía demasiado la MTV, pero sí que leía las SuperPop de mis amigas, tenía la habitación empapelada con estrellas pop y escuchaba ‘I'm a Slave 4 U’ y otras joyas del disco 'Britney' hasta quemar la minicadena. Las que me observaban atentas, deseando mover el esqueleto, sí que eran un icono –¿qué digo icono? ¡ICONAZO!– de la época: las Bratz. Que yo fisgaba en las revistas para pre-adolescentes efervescentes de mis amigas es un hecho, pero sus muñecas... uf, ¡qué pereza daba Barbie por aquel entonces! Sin embargo, las Bratz fueron pura novedad, fueron el grito del momento, una creación excelente. ¿Una idea que supo adelantarse a su tiempo? ¿O, en cambio, un estímulo que sembró la semilla y marcó el futuro que estaba por venir?

    Estas Navidades no hay Bratz en las estanterías de centros comerciales y jugueterías. Fijaos bien, ¡ni una! Y no paro de cuestionarme el por qué de su desaparición. Sus años de declive han sido más que evidentes. Se acabaron los viajes, las temáticas, los accesorios y las nuevas amigas en el grupo. Una jartá de gadgets y una transformación en zombis y otros bichos de ultratumba –porque de repente todas las muñecas del mercado querían ser Monster High– fueron las estrategias presuntamente más viables... por no hablar de llevar sus inicialmente originales piezacos al summum de la deformidad y la hinchazón monstruosa... ¿En serio era necesario? ¡¿En serio?! Dicen que hay series que deben terminar en la primera temporada. Y a muchos no les falta razón. Pero siempre se espera un final soberbio, digno del recuerdo eterno. A las Bratz les ha condenado el olvido... Ellas mismas bailaron sobre su tumba, celebrando tanta fiesta de Halloween. ¡No hay más que ver cómo acabaron con los pies, las pobres!

    Las que tampoco tienen pies para escapar muy lejos son las jóvenes de nuestro tiempo, subidas a unos andamios que cada mañana en el metro me dejan anonadado. Aún recuerdo cómo el fenómeno Jeffrey Campbell comenzó de manera aislada hace unos cuantos años, pero paulatinamente fue calando entre los más tendenciosos o frenéticos de la moda. Éramos los ‘bichitos raros’ entre peep toes con lo justo de plataforma. Nuestros zancos, brutos y oscuros, eran una atrocidad para todas las sexis ‘mediterráneas’ –acepción, por seguir con el juego de diccionarios, que yo mismo he acuñado a lo largo de los años para definir a un cliché de clienta española típica–. Y resulta que ahora son esas mediterráneas las que calzan andamios ortopédicos. ¡Si la difunta Solestruck levantara cabeza! Todas esas chavalicas que veo en el metro completarán su look con sudaderas de tío, mallas de las que marcan con ganas, móvil pegado a la mano con cianocrilato y una buena careta de contouring. ¿No os suena todo esto? A mí, sí. Son réplicas de las muñecas que hace un momento admiraba y con las que todas ellas seguro jugaban.

    No me gustan las jovencitas de hoy en día. Creo que me estoy haciendo viejo. No me gustan las jovencitas de hoy en día, pero tienen todo su derecho. El mundo efervescente ahora es de ellos, de los adolescentes que deben expresarse con libertad y sin miedo. No me gustan las jovencitas de hoy en día, pero quizá aún menos las del futuro venidero. Si ellas se parecen a las Bratz con las que jugaban de pequeñas a principios del nuevo milenio... ¿serán zombis, vampiros y otros seres medio-muertos las que jugaron hace menos tiempo?