Wednesday 10 January 2018

Bratz, iconos y las chicas de hoy en día – ignorant. x VERRE


Ilustración  SUSANA LOPEZ





    Gigi Hadid tiene una Barbie propia. Para ser más exactos, tres Barbies propias. Tantas como colecciones atesora en colaboración con Tommy Hilfiger. “La muñeca […] pretende pasar a la historia de la marca como uno de sus iconos pop”. ¡Redoble de tambores! Apareció la palabrita mágica en un artículo de Modaes.es: ‘icono’. Tommy está loco por volver a ser icónico, por estar en boca de todos. Y si ese ‘todos’ lleva el etiquetón ‘millenial’, mejor que mejor. Atrás quedó su boom de los noventa que incluso se alargaría hasta los dos mil entre los provincianos de polito con cuello almidonado. Pero hoy, a pesar de los shows desorbitados y las comentadas colaboraciones con Gigi, no parece que el diseñador esté dando, certero, en el blanco. ¿Primer síntoma?: aliarse con Barbie cuando ella misma capea el temporal a golpe de bótox y valor icónico sin componente de actualidad. [Incluso su nueva gama ‘Fashionistas’, con una gran variedad de cuerpos y personalidades, demostró nuestra capacidad de desprecio, olvidando a ‘las menos agraciadas’ en las baldas de todas las jugueterías].

    Si tecleas ‘icono’ en el Buscador de Google –y, de primeras, no “deseas tener suerte”–, los resultados son variopintos. La página uno se convierte en una cruzada por la mejor definición del término, con la RAE, WordReference y Wikipedia batallando por el protagonismo. [Es, de hecho, a la última combatiente a donde te dirige Google cuando te siente suertudo en tu búsqueda de ‘iconos’]. Gadgets y tecnología completan la oferta a nuestra búsqueda, entre los que destaca el Observatorio Español de I+D+i [¡Sí señor! Da gusto pensar que la cultura, el desarrollo y el conocimiento están por encima de la fiebre icónica de nuestros días]. El primer atisbo de la acepción más denostada del término aparece de soslayo en la segunda página. Sí, bien es sabido que ahí ya empieza todo a estar a oscuras, que ni por asomo nos atreveremos a cruzar el umbral de la página tres. “La curiosidad mató al gato”. ¿Son los dichos y refranes también iconos? Si los entendemos como frases “reconocidas por tener una significación especial, representar o encarnar ciertas cualidades únicas o diferenciadoras”, quizá sí. Pero no vayamos por estos derroteros, que no somos teóricos lingüísticos y la RAE, madre todopoderosa que debería estar ahora mismo empeñada en que nuestra sociedad no se olvide de utilizar el imperativo, ni siquiera reconoce esta acepción de lo icónico. Será por eso, por el factor novedad, por lo que la primera vez que Google decide ponerte en bandeja un ‘icono’ tal y como aparecería en alguna revista de moda –de las que te entretienen en la pelu–, de deportes –futbolera, a ser posible– o de adolescentes –DEP SuperPop– es sumergido en una amalgama hashtagueada en Twitter. Si nos adentramos un poco más, con escudo protector a mano por lo que pueda pasar, descubrimos que es Britney Spears el resultado icónico casi más reciente. Britney Spears, carne de 2000. Britney, que se rapó la cabeza, loca-del-coño por lo que supusieron aquellos años de éxito, fama e... iconos. La señorita Spears, que ahora prefiere pintar cuadros de mierda –ups, disculpen la ordinariez impulsiva– y subastarlos por cifras astronómicas. ¿Quizá estemos locas-del-coño todos los que crecimos en el nuevo milenio pegados a la MTV? Menos mal que lo de Britney fue por fines benéficos.

    Yo no veía demasiado la MTV, pero sí que leía las SuperPop de mis amigas, tenía la habitación empapelada con estrellas pop y escuchaba ‘I'm a Slave 4 U’ y otras joyas del disco 'Britney' hasta quemar la minicadena. Las que me observaban atentas, deseando mover el esqueleto, sí que eran un icono –¿qué digo icono? ¡ICONAZO!– de la época: las Bratz. Que yo fisgaba en las revistas para pre-adolescentes efervescentes de mis amigas es un hecho, pero sus muñecas... uf, ¡qué pereza daba Barbie por aquel entonces! Sin embargo, las Bratz fueron pura novedad, fueron el grito del momento, una creación excelente. ¿Una idea que supo adelantarse a su tiempo? ¿O, en cambio, un estímulo que sembró la semilla y marcó el futuro que estaba por venir?

    Estas Navidades no hay Bratz en las estanterías de centros comerciales y jugueterías. Fijaos bien, ¡ni una! Y no paro de cuestionarme el por qué de su desaparición. Sus años de declive han sido más que evidentes. Se acabaron los viajes, las temáticas, los accesorios y las nuevas amigas en el grupo. Una jartá de gadgets y una transformación en zombis y otros bichos de ultratumba –porque de repente todas las muñecas del mercado querían ser Monster High– fueron las estrategias presuntamente más viables... por no hablar de llevar sus inicialmente originales piezacos al summum de la deformidad y la hinchazón monstruosa... ¿En serio era necesario? ¡¿En serio?! Dicen que hay series que deben terminar en la primera temporada. Y a muchos no les falta razón. Pero siempre se espera un final soberbio, digno del recuerdo eterno. A las Bratz les ha condenado el olvido... Ellas mismas bailaron sobre su tumba, celebrando tanta fiesta de Halloween. ¡No hay más que ver cómo acabaron con los pies, las pobres!

    Las que tampoco tienen pies para escapar muy lejos son las jóvenes de nuestro tiempo, subidas a unos andamios que cada mañana en el metro me dejan anonadado. Aún recuerdo cómo el fenómeno Jeffrey Campbell comenzó de manera aislada hace unos cuantos años, pero paulatinamente fue calando entre los más tendenciosos o frenéticos de la moda. Éramos los ‘bichitos raros’ entre peep toes con lo justo de plataforma. Nuestros zancos, brutos y oscuros, eran una atrocidad para todas las sexis ‘mediterráneas’ –acepción, por seguir con el juego de diccionarios, que yo mismo he acuñado a lo largo de los años para definir a un cliché de clienta española típica–. Y resulta que ahora son esas mediterráneas las que calzan andamios ortopédicos. ¡Si la difunta Solestruck levantara cabeza! Todas esas chavalicas que veo en el metro completarán su look con sudaderas de tío, mallas de las que marcan con ganas, móvil pegado a la mano con cianocrilato y una buena careta de contouring. ¿No os suena todo esto? A mí, sí. Son réplicas de las muñecas que hace un momento admiraba y con las que todas ellas seguro jugaban.

    No me gustan las jovencitas de hoy en día. Creo que me estoy haciendo viejo. No me gustan las jovencitas de hoy en día, pero tienen todo su derecho. El mundo efervescente ahora es de ellos, de los adolescentes que deben expresarse con libertad y sin miedo. No me gustan las jovencitas de hoy en día, pero quizá aún menos las del futuro venidero. Si ellas se parecen a las Bratz con las que jugaban de pequeñas a principios del nuevo milenio... ¿serán zombis, vampiros y otros seres medio-muertos las que jugaron hace menos tiempo?












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