Tuesday 1 January 2019

Redes, Machos y una masculinidad infravalorada.




Ilustración exclusiva  ALVAR ALCALDE






    Mi amiga Sara me ilustró el otro día sobre cómo ser un instagrammer de pro. Ya no basta con quedarse dentro del baño de masas y likes; ahora descubro que ahí afuera existe una APP que analiza quién te deja de seguir, cómo, cuándo y qué sé yo más.

    Otro día, no el mismo, comprobé que un ligue de Grindr ya no me seguía en Instagram. Por el método rudimentario y sin APP-espía-de-seguidores instalada, pero lo descubrí. La curiosidad mató al gato.

    Y toda esta jugada la comento con mi amigo Nacho mientras nos echamos unos bailes en la TANGA!, un fiestón gay madrileño. Manda narices que nos acaben de poner a La Carey cantando ‘All I Want For Christmas Is You’ a mediados de noviembre y entre tanto maromo intentando pillar cacho. Carne para la noche. ¿Quién desea realmente a ese hombre maravilloso por Navidad? ¿Quién de todos aquellos que tienen el Grindr enchufado mientras bailan y otean al personal colindante? ¿Quién de todos los que cantan semejante hitazo sin un ápice de verdad o consciencia? Teatro, puro teatro.

    Aceptación, popularidad, rechazo, masas… subnormalidad mundana como una historia más en la gran Capital. Envuélvelo en cascabeles, nieve y brillante espumillón y ahí lo tienes: el colmo de la feliz hipocresía social. Hoy te quiero, mañana ya no. Pensamos que evolucionamos, pero hay días (uno, otro y el de más allá) en los que me siento en un baile de salón de los de antaño. Hombres frente a mujeres. Miradas furtivas, agresivas o de soslayo. Distancias cortas que parecen kilómetros, tan lejos y a la vez tan a mano. Triunfo del más lanzado, que se llevará a ‘la guapa’ del pueblo. Pobre del último, del rezagado, que se quedará con ‘los restos’. Pero… ¡espera!… ¿pobre o afortunado? De repente su amor me resulta más sincero. Quién sabe si por falta de pretensiones, por sus pies sobre la tierra o por gozar del candor de la vergüenza y la magia del directo. Pienso en lo incierto y en lo inesperado. Pienso que hoy seguimos bailando como los de antaño. Ya no son valses ni swings. Ahora la tontería social y el amor idealizado arriman cinturitas. Y si el perreo domina la pista de baile de alguna fiesta navideña, con sus luces y sus polvos estupefacientes... ¡ya ni te cuento!

    La Navidad… días en los que muchos escriben sus cartas al barbudo vestido de rojo o a los tres del camello antes de salir a bailar. Días en los que tantos anhelan un buen novio envuelto para regalo; quieren a ‘la guapa’ de la fiesta para abrazarse al llegar a casa. Y, cómo no, ninguno olvida tirar de catálogo y pedir que su regalo tenga toda clase de atributos físicos, mentales y sociales. Vamos, un novio diez.

    Esta será mi tercera Navidad en Madrid. No soy ‘gato’ pura sangre, pero como si lo fuera. Tampoco he pedido un hombre; no este año. La Capital me ha hecho disfrutar, jugármela y aprender hasta quemar la mitad de mis siete vidas. Pero este año me resisto a esperar a que ‘ese hombre’ salga de una caja con lazote en la cabeza. Madrid me ha enseñado mucho, de hombres y de temeridad. Una de ellas, lanzarme al mundo del ligoteo vía APP. Con mi eterna negación por bandera, siempre rechacé ese tipo de hábitos ‘ligeros de faldas’, pero no puedes valorar algo hasta que no lo has probado. Metidos en faena… comprobé todas y cada una de mis teorías, ¡qué ojo avispado! Yo, que pienso en bailes de salón a estas alturas de la civilización, me sentía en la aplicación como un observador furtivo de las últimas páginas de un periódico local, con sus chicas de compañía a golpe de teléfono. Como novedad, muchos de los ‘compañeros’ de esa APP zumbaban en la pantalla del móvil saludo, foto de cara o rabo en mano. Según fuera la suerte del día, conseguiría conversación, café o casquete. Con otro poco de suerte, alguien con dos dedos de frente. Y con otro poco más de suerte, me acabaría dando cuenta de que yo era un borrego más haciendo scroll down, creyéndome mis dos dedos de frente, mi cara guapa y mi potencial de ligoteo.

    Muchos defienden que Grindr es un espacio para mucho más. Oportunidades más allá de la carne magra, fibrada, siempre ardiente. J.W.Anderson lo intentó con su desfile masculino para Primavera 2016, que se difundió en streaming exclusivamente en la APP. Según palabras del diseñador, extraídas de un artículo de Dazed que se hacía eco de la noticia: “Todos somos humanos, por lo que todos tenemos que ser atractivos para alguien de algún modo”. Emma Hope Allwood, autora del susodicho artículo, añadía: “El desfile en directo supondrá un empujón de positividad e innovación a sus reputaciones –una de las cuales [la de Grindr] está definida de un modo discutible por el cruising nocturno y el chemsex”. ¡Aaaaaay amiga! Diste en la diana. Y es que si yo me presento a una cita conseguida en Grindr con “un short-peplum y botas de cuero hasta la rodilla”lookazo de JWA mencionado en el artículo– bien me sé lo que ocurrirá... Y eso que, para llegar hasta esa situación, seguramente habré tenido que superar varios filtros de la auto-acuñada ‘OEFC’ (Obsesión Enfermiza por la Foto de Cara). Que si está borrosa, que si muy oscura, que si se ve de lejos… para acabar descubriendo que cualquier accesorio o elemento perturbador tales como el pelo de un color diferente o unas gafas más especiales de lo común minarán tus posibilidades de lucir shorts, botazas, encajes y demás fantasías en un encuentro face to face. Mira que mataría por ir vestido de pies a cabeza de J.W.Anderson o de LOEWE, pero me descojono si pienso que un ligue de Grindr me desvestiría y me buscaría las carnes con semejantes ropajes. Pero más me descojono del panorama social vigente, plagado de individualistas sin perspectiva ni motivación para profundizar en una persona más allá de la imagen. Levanto la mano el primero, insisto. La carne es la carne y a subnormal y borrego no me gana nadie.

    Soy un gato. En Madrid. Y, si así están las cosas, prefiero no ligar. Prefiero vestir como me dé la gana, comportarme como me dé la gana y vivir como me dé la gana. Independiente. Subiendo a los tejados para ver a la gente pasar. Me caeré una y mil veces. Por tonto, por gilipollas, por patán. Pero, recordad, aunque no me queden las siete vidas, aún tengo alguna para guerrear.









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